Vol.3 Nro. 55 (2021) julio - septiembre págs.[176 - 189] http://atenas.umcc.cu

“Quiero seguir siendo docente”

 

Entrevista realizada por el Dr. C. Elmys Escribano Hervis al Dr. C. Juan Reinaldo Hernández Hernández

Juan Reinaldo Hernández Hernández 1
juan.reinaldo@umcc.cu

Elmys Escribano Hervis 2
elmys.escribano@umcc.cu / escriba2003@gmail.com

 

Cómo citar la entrevista: Hernández-Hernández, J. R. (2021). "Quiero seguir siendo docente". Entrevistado por:  Elmys Escribano Hervis. Atenas, Vol. 3 (55), 176-189.

 

Atenas conversa con Juan Reinaldo Hernández Hernández, quien se graduó de Maestro Primario en el Instituto Pedagógico “Antón Makarenko” de La Habana en 1970, hizo la Licenciatura en Pedagogía-Psicología y obtuvo el Máster of Arts en Pedagogía en el Instituto Pedagógico Estatal “V.I. Lenin” de Moscú en 1978, en esa propia institución formadora se doctoró en Ciencias Pedagógicas en 1985. Desde el año 2007 funge como Profesor Titular de la Universidad de Matanzas. Se ha desempeñado como directivo en las responsabilidades de jefe de departamento, decano y rector. Ha dedicado su labor científica y docente a la formación de maestros y profesores por más de 50 años.
Por tres décadas he escuchado estudiantes de pregrado y posgrado expresar jubilosos sus vivencias positivas y motivadoras del desempeño en la docencia del doctor Juan Reinaldo Hernández Hernández, por esa razón Atenas, hoy trae el tema a su reflexión.

1. Los expertos reconocen la singular complejidad del desempeño profesional docente agudizada en las condiciones culturales y tecnológicas del siglo XXI; doctor, a partir de su experiencia en el tema, quisiera escuchar sus juicios sobre cuánto hay de “dones naturales” y cuánto hay de buen desempeño aprendido que definen la condición de ser un buen docente.
JRHH: Ante todo, quiero expresarle al doctor Elmys Escribano Hervis, mi agradecimiento personal por haber pensado en mí, para socializar reflexiones sobre un asunto de cardinal importancia, como resulta la noción personalizada sobre la figura profesional que denominamos “buen docente” y el más importante de sus cometidos o encargos: una “buena clase”.
Sin temor al equívoco, los cambios socioeconómicos y culturales operados en las últimas décadas imprimen un sello peculiar a las investigaciones sobre la noción de “docencia universitaria”, su investigación y evaluación. Tan es así que, en el año 2010, se reconocía que ese proceso había alcanzado la octogenariedad (Casero-Martínez, 2010)
Y es que justamente, la consulta de los articulados de temas dedicados al problema que nos ocupa, evidencia, que el mismo sigue siendo de gran actualidad y vigencia. A manera de ejemplo, relaciono algunas de esas dedicaciones:
¿Cómo reconocer a un buen maestro? (2005); La Guía del buen profesor/a (2009); Cualidades de un docente excelente (2009); ¿Cómo es el buen profesor universitario según el alumnado? (2010); ¿Qué es ser un buen profesor o una buena profesora del Instituto Cervantes? (2011); ¿Cómo enseñan los buenos docentes? Fundamentos y valores (2013); Ser un buen profesor. Una mirada desde dentro (2016); Aproximación al concepto de desempeño docente, una revisión conceptual sobre su delimitación (2017); Las claves para ser un buen profesor (s/f).
Partiendo de la variedad de estudios emprendidos en este campo y del hecho de que la noción del buen docente es una construcción social, y depende mucho de contextos culturales y geográficos (Santiago-García & Fonseca-Bautista, 2016), ello dificulta un consenso, tanto más razonable, que aceptable o aceptado comúnmente. Si a ello le agregamos que en mi opinión esa noción es un constructo psicosocial, se hace más diversa, en tanto interviene la individualidad subjetiva sea profesional o no.
Por ende, es cierto que la noción del buen docente, puede tener tantos atributos como autores han investigado y publicado sobre el tema (Gutiérrez-Vázquez, 2008). Es más, tantos atributos como sujetos opinen sobre el particular, en primer orden los propios discípulos de cada docente y no en último, pues habrá muchos que consideren válida y auténtica su opinión. Creo, en este sentido, que la experiencia personal de alrededor de tres décadas en la docencia, avala un permiso para las consideraciones que se exigen de las interrogantes formuladas en este cuestionario.

 2.      Entonces, ¿cuánto prevalece la denominada vocación y cuánto la dedicación y quizá la devoción con que se asuma esta labor?
JRHH: Resulta obvio, que emitir juicios sobre cuánto hay de “dones naturales” y cuánto hay de un buen desempeño aprendido que definen la condición de ser un buen docente, es sin dudas, un interrogante interesante, pero a la vez sumamente compleja; dado que entronca con esa otra pregunta, referida a cuánto prevalece la denominada vocación y cuánto la dedicación y quizás la devoción con que se asuma esta labor; pero desde el prisma del buen desempeño de la profesión.
Estas dos preguntas de inmediato me trasladan temporalmente a mis inicios como profesor de Psicología, mediante la lectura de una de las Separatas de “Psicología para Maestros” que se utilizaban como texto básico de esa disciplina en los planes de formación de maestros para el nivel de la enseñanza primaria. Nunca he podido olvidar algunos conceptos extremos que sobre vocación aparecen en esa fuente. Referirme a ello, me servirá de pretexto para adentrarme en la temática.
De alguna manera estamos, ahora mismo, ante la noción que sustentamos de vocación y cuál es su ocurrencia o no en el buen docente.
En la referida fuente se destacan conceptos extremos sobre la vocación (Stettmeier et al., 1971). Me voy a referir a dos de ellos.
En una de esas acepciones, vocación significa oír la voz interior que llama, considerando la vocación como algo oculto, místicamente crecido dentro de la persona, que solamente debe descubrirse (sea talento o interés) con técnicas adecuadas. Sin dudas, que aquí el núcleo verídico más consistente radica en que en realidad la vocación puede tener raíces remotas e inconscientes.
Según otra, está la creencia moderna de que toda persona puede ser dirigida y formada para cualquier labor, arbitrariamente, sin considerar, sean preferencias, inclinaciones, intereses y capacidades; pero siempre individuales. Lo erróneo en esta creencia, a no dudarlo, estriba en si esto consiste en “imponer vocación”. Ahora, que hay de cierto en ello, cual es el núcleo de verdad en la presunta afirmación de que “todos sirven para todo”. Precisamente, ello presupone que la vocación se forma en el curso de la vida, que puede y debe cultivarse y no solo descubrirse como algo ya creado.
Llegado a este punto, debo reconocer, que tanto en el ser docente, como en el ser buen docente, intervienen múltiples factores. Sobre todo, porque una condición no conduce inexorablemente a la otra. Primero, porque a la docencia se accede, se llega desde senderos diferentes, los que están estrechamente vinculados con el carácter de la motivación profesional, sea intrínseca o extrínseca. Y segundo, porque llegar a ser un buen docente se va por las rutas trazadas por el crecimiento personal y profesional.
A mi juicio, el “don natural”, cuando existe o si existiera, será un espacio vacío, si no se llena psicológicamente de las adquisiciones de la subjetividad humana que logren convertir al docente en un buen docente. Soy un ferviente partidario del enfoque formativo que preconiza la psicología histórico-cultural.
 Resulta interesante el planteamiento de aquellos autores, que al formularse la disyuntiva de “¿El docente nace o se hace?”, en su artículo “Ser un buen profesor. Una mirada desde dentro” (Santiago-García & Fonseca-Bautista, 2016) reflexionan en el sentido de que “algunos autores plantean que la vocación es indispensable para el ejercicio de la profesión”, “al igual que hay otros autores que plantean que, como todo ejercicio profesional, se requiere formación y empeño y un tercer grupo de autores afirman que para el buen ejercicio docente son necesarios ambos”.
Y más adelante afirman que, si pensamos en la idea de que se nace docente, es decir, que es la vocación la que determina ser o no un “buen maestro”, dejaríamos fuera a un conjunto de docentes que, sin tener inicialmente la vocación para serlo, se han convertido en ello a partir de un proceso de formación y son buenos profesores desde lo que se considera –al menos en teoría– serlo. Sin dudas, hay una gran dosis no sólo de verdad teórica; sino también de realidad profesional práctica.

 Para otros autores, la vocación fue el origen de la designación del docente en tanto categoría social, sin embargo, al tiempo que el gremio de los maestros fue creciendo y caracterizándose por la razón instrumental, se hizo necesario construir una nueva forma de definirlos y es ahí cuando aparece la noción de profesión (Martínez-Ruíz & Lavín-García, 2017).
Sin embargo, diametralmente opuesta resulta la opinión que preferencia que aun cuando enseñar a enseñar puede contribuir a mejorar las competencias docentes, siempre habrá un elemento natural que determine buenos docentes, por lo que, así como algunas personas nacen más veloces o más fuertes, algunas nacen como buenos docentes.
En mi caso personal, yo llegué a la docencia por una influencia familiar; que a todas luces, es una motivación extrínseca al contenido y el objeto de la profesión; pero esa razón devino condición para un ulterior proceso de construcción personalizada de la subjetividad profesional, alimentada con creces por la experiencia vivenciada y asimilada en tres niveles de la educación en orden ascendente: primario, secundario y universitario y en particular en centros de formadores de maestros y profesores. Pero, por supuesto, precedida de un acertado proceso de perfeccionamiento personal y profesional mediante la asimilación de un sistema de conocimientos, hábitos y habilidades, en primera instancia, habilidades pedagógicas, comunicativas y didácticas. Ese sería el suelo fértil en que germina la individualidad de cada docente, tal como se postula en el principio del desarrollo de la Psicología.

3.      ¿Cuáles son las competencias que debe tener un buen docente, especialmente en la Universidad contemporánea?
JRHH: Justamente, el punto de partida ante la solicitud de emitir juicios sobre las competencias que debe tener un buen docente en la universidad contemporánea, radica en los aspectos abordados en mi respuesta a una de las preguntas iniciales.
Una salvedad antes de adentrarme más en la temática de las competencias.
Motivado por la posibilidad de esta entrevista he realizado una consulta de autores dedicados al estudio sobre el particular. Eso me ha procurado la visión de que pueden existir tantos enfoques como aproximaciones al asunto que nos ocupa; muchos de los cuales asienten y otros disienten. Más, resulta posible encontrar una generalizada comunidad de criterios en torno al distingo de un buen docente. Por otra parte, no soy muy partidario del término competencias, porque solo logra suplantar nominativamente al de habilidades y no aportar diferencias sustanciales en la noción del vocablo. Prefiero referirme al buen docente, cuando goza del dominio de un sistema de conocimientos, hábitos y habilidades profesionales que lo convierten en un profesional competente.
Retomo el tema de la interrogante:

Para ser un buen docente, no basta ser docente. Hay una cualidad indispensable para el logo de esa condición profesional. Y yo la resumo de la siguiente manera:

  • Querer ser un buen docente, aspirar a ser un docente bueno. Que esa aspiración se convierta en una costumbre en el pensar y en el actuar del docente. Porque la costumbre en el sujeto profesional es una necesidad, que demanda una profunda implicación personal desde la unidad de lo afectivo y lo cognitivo. No hay otra ruta posible para llegar a la meta, al propósito, a un proyecto de vida profesional que pretenda alcanzar la condición de buen docente, sobre la que reflexionamos ahora mismo.
  • La necesidad de ser un buen docente necesita llenarse del contenido psicológico que se convierta en el motor que genere e induzca a la conquista de ese logro, produzca satisfacción y no se quede en el plano de la mera condición o premisa.

Ser buen docente tiene que ser un importante componente del proyecto de vida profesional del docente y su perfeccionamiento una máxima indiscutible: “lo que no se intenciona no se logra”.
Ampliando sobre las cualidades y habilidades profesionales, inherentes a un buen docente, me atrevo a reflexionar sobre su estrecho vínculo con una buena clase. Estoy convencido que una buena clase pasa por requerimientos tales como:

  • El empleo adecuado de los más diversos recursos personológicos que le aportan al docente el estudio, ante todo, las ciencias de la educación. Estoy convencido de que esa preparación constituye el núcleo de la competencia profesional del docente universitario.
  • La implementación de un genuino enfoque profesional en la clase de la especialidad que se explica, así como de la temática en cuestión, de manera que el estudiantado comprenda la significatividad de lo que aprende para su futuro desempeño profesional.   
  • Le atribuyo una especial significación a la oralidad. Una buena clase ha de ser una lección de oratoria: sugestiva, que atrape al estudiantado y despierte emociones positivas hacia el profesor y su clase. Sin menosprecio de otras habilidades, observar y saber apreciar las reacciones del auditorio es una técnica muy provechosa para la autoevaluación de la conducción de la clase.
  • Buenos profesores me enseñaron, en mis primeros pasos como maestro de Historia, cómo contar el pasado histórico de un modo vivencial en el presente que transporte al auditorio desde el hoy al ayer, y lo retorne a la actualidad.
  • La ejecución de una clase en modo conversacional, heurístico, desarrollador. Situar al estudiantado en el rol del profesor y argumentar la importancia del estudio de la disciplina.
  • Y por supuesto, no hay mejor manera de decir una clase, que la de decirla emocional y emotivamente, vívida, comprometida, argumentada, sugestiva, con implicación afectiva y apegada a una estricta coherencia entre el decir y el hacer.
  • Una buena técnica de la clase permite que ésta se modelada y modulada, con altibajos, regresos y progresos en la comunicación preferentemente, dialógica e interrogativa, despojada de monotonía y del discurso plano omnipotente del profesor.

¿Por qué no traer a colación aquí, lo que decían del Presbítero Félix Valera sus discípulos? Decían: fue “el más sabio y el más virtuoso”. Incluso, se ha dicho que enseñaba deleitando y que “aun los que no tenían que asistir a sus clases aprovechaban sus horas de asueto para oírle” (García-Galló, 1978).
Parece no ser desatinado, referir una enseñanza sabia, como todas las suyas, de José Martí. En su escrito sobre “Clases Orales”, expresó: “La atención se cansa de fijarse durante largo tiempo en una materia misma, y el oído gusta de que distintos tonos de voz lo sorprendan y lo cautiven en el curso de la peroración. La manera de decir realza el valor de lo que se dice: -tanto, que suple a este”. Y más adelante sentenció: “y la palabra sobre materia conocida debe ser, sin duda alguna, a la par que sólida e instructiva, galana y fácil”. “Y así se abriría campo a la elocuencia y al estímulo, así se identificaría más el que explica con los que oyen”. (Martí, 1975).
•         Una buena clase debe ser concebida y ejecutada a partir de una buena técnica, que ha de ir armonizada, aparejada a la maestría del docente. Una fuente inagotable de técnica pedagógica, la constituye la obra del reconocido pedagogo Antón Makarenko. En una de sus intervenciones ante maestros noveles expresó haber adquirido el arte de la maestría, solo cuando aprendió a decir “ven aquí” a sus educandos, con 15 o 20 inflexiones de voz y cuando aprendió a dar 20 formas diferentes a su expresión facial, corporal y vocal (Makarenko, 1975).
•         Y por último, todo esto por supuesto, partiendo del conocimiento del auditorio y sus características, como elementos a considerar de gran significatividad en una buena gestión didáctico-metodológica del docente, previamente, a su clase.
Estas reflexiones sin dudas dan continuidad a una primera aproximación que hice al tema en una de las versiones del Diplomado para profesores noveles universitarios (Hernández-Hernández, 2017).
La experiencia personal descrita, me ha permitido la obtención de buenos resultados académicos y de aceptación estudiantil, aún en circunstancias en las que tuve que impartir docencia de la no preferencia de los auditorios estudiantiles y en horarios desfavorables para la asimilación de un contenido catalogado por ellos, de indeseable o no deseado y, por consiguiente, innecesario cuando la curva de rendimiento se comportaba de media a baja. Todo lo apuntado anteriormente, permite formular la relación entre competencia profesional y autoridad.

4.      ¿Qué recomienda Ud. a las instituciones formadoras tomar en cuenta para mejorar el desempeño del docente desde la formación inicial hasta la formación continua o permanente durante toda la vida?
JRHH: Si me baso en la experiencia personal como docente, en general, y en particular en la acumulada en los años de trabajo en la formación del personal docente para diferentes niveles de la educación y conociendo no pocos  actuales y vigentes Modelos de los profesionales de la Carreras Pedagógicas, yo realizaría las siguientes propuestas de mejora, a las instituciones formadoras para perfeccionar el desempeño del docente desde la formación inicial hasta la formación continua o permanente durante toda la vida. Las resumiría así:
•         Instrumentar en el ciclo de las disciplinas psicopedagógicas un sistema de conocimientos teórico-prácticos que diera respuesta a temáticas que hoy están ausentes o débilmente representadas en los Planes de Estudio, tales como: Psicología del Profesor, Tacto y Maestría Pedagógica y Técnica Pedagógica, Metodología para el Tratamiento a las diferencias individuales. Estas son algunas de las asignaturas pendientes que acusamos en la formación profesional pedagógica.
•         Fortalecer el enfoque profesional pedagógico de las disciplinas, tanto teóricas como en la práctica preprofesional, al mismo tiempo que se imprima un enfoque de actuación en la enseñanza de las disciplinas psicopedagógicas.
•         Diseñar un Sistema de Prácticas Pre profesionales, despojado de todo carácter pasivo-contemplativo, incluso desde los primeros años de la formación profesional, de manera que todos los estudiantes asuman el correspondiente rol protagónico, en la realización de dichas prácticas, potenciando el carácter inclusivo y minimizando el carácter frontal de nuestra enseñanza.
•         Preferenciar la presencia de las Metodologías de Tratamientos, Orientaciones Educativas, Talleres y Asesorías Psicopedagógicas, de manera que los profesores enseñen haciendo y los estudiantes aprendan, por supuesto, también haciendo.
•         Diversificar la presencia del Taller como forma de organizar la enseñanza en la formación profesional pedagógica, de manera que se potencie la modelación, no solo teórica, de la actividad pedagógica y se ejercite el entrenamiento práctico en la dirección de dicha actividad.

5.      Por último, se debate mucho acerca de la necesidad que la educación y la escuela estimule la creatividad y la innovación ¿Cómo hacer a los docentes más creativos e innovadores?
JRHH: Dada la creciente necesidad de que la educación y la escuela estimulen la creatividad y la innovación, se impone la reflexión en torno a ¿cómo hacer a los docentes más creativos e innovadores? Más, me gustaría vincular la respuesta a esa interrogante, con otras recomendaciones, además de las ya expresadas en el transcurso de la entrevista, a los docentes para que mejoren su desempeño.
Y ello se logra desde el auto reconocimiento de “querer seguir siendo un buen docente”.
El desarrollo vertiginoso de la ciencia y la técnica tiene que servir de faro a la superación de los docentes que se estimen y se valoren como buenos docentes. Y en ello desempeñan un importantísimo papel la superación posgraduada planificada, el autodidactismo y la investigación permanente. Un buen docente puede dejar de serlo, si no está actualizado, si no se supera, si su docencia permanece canónica.

La planeación y ejecución de la docencia deben contribuir, además de trasmitir un sistema de conocimientos, a la activación del pensamiento estudiantil y el correspondiente desarrollo de hábitos, habilidades, capacidades y valores personales, que condicionen la formación de puntos de vista y convicciones capaces de provocar una transformación del sujeto, premisa de una acción transformadora del entorno socio-cultural, en el contexto profesional y social de su desempeño.
Una enseñanza desarrolladora presupone su orientación no al nivel de desarrollo alcanzado por los estudiantes; sino al desarrollo potencial próximo del estudiantado, tomando en consideración las diferencias individuales de los niveles de desarrollo de los sujetos de manera que tome en consideración las potencialidades y posibilidades de cada cual, así como sus limitaciones de desarrollo personal. La docencia universitaria ha de considerar tanto unas, como otras. Eso lo favorece el docente universitario cuando:

  • Formula en las clases propósitos con intencionalidad instructivo-educativa.
  • Posibilita el trabajo independiente de los estudiantes, con una adecuada gradación de los niveles de complejidad y diferenciación.
  • Estimula la realización de actividades de auto aprendizaje y autocontrol en los estudiantes.
  • Determina el sistema de conocimientos y su contribución al desarrollo de habilidades y cualidades de la personalidad.
  • Demuestra con el ejemplo personal como docente universitario las adquisiciones personológicas que se pretenden desarrollar en los estudiantes.
  • La enseñanza en el ámbito universitario debe promover no solo el desarrollo de capacidades intelectuales; sino el desarrollo de sentimientos y emociones, de manera que lo aprendido, lo adquirido adquiera significatividad y sentido personal para el estudiante, de modo que se revierta positivamente en su desempeño futuro.
  • El conocimiento debe propender a una implicación afectivo-motivacional en el estudiante, que a la postre contribuye a la transformación de conocimientos en convicciones.

Le agradezco, por su convocatoria y porque con las preguntas de su entrevista, me haya puesto en un punto máximo de reflexión sobre mi experiencia personal. No todos los días hacemos un autoexamen a conciencia. Ese balance de mi desempeño profesional me ha fortalecido en la convicción de que quiero seguir siendo docente; pero más: llegar a ser un buen docente que imparta buenas clases.
Muchas Gracias

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Casero-Martínez, A. (2010). ¿Cómo es el buen profesor universitario según el alumnado?  Revista Española de Pedagogía. Año LXVIII, (246), 223-242.

García-Galló, G. (1978). Bosquejo histórico de la Educación en Cuba. Editorial de libros para la Educación.

Gutiérrez-Vázquez, J. (2008). ¿Cómo reconocemos a un buen maestro? Revista Mexicana de Investigación Educativa, 13(39), 1299-1303.

Hernández-Hernández, J. (2017). Premisas y claves esenciales para el desempeño profesional del docente universitario. Universidad de Matanzas.

Makarenko, A. (1975). Acerca de mi experiencia. En: Antón Makarenko. Su vida y labor pedagógica. (pp. 281-311). Editorial Progreso.

Martí, J. (1975). Obras Completas. Tomo VI. Editorial de Ciencias Sociales.

Martínez-Ruíz, S., & Lavín-García, J. (2017). Aproximación al concepto de desempeño docente, una revisión conceptual sobre su delimitación. XIV Congreso Internacional de Investigación Educativa. San Luis Potosí.

Santiago-García, R., & Fonseca-Bautista, C. D. (2016). Ser un buen profesor. Una mirada desde dentro. EDETANIA(50), 191-208.

Stettmeier, F. Trujillo, L., Calcagño, J., López, J. y Pineda, G. (1971). Psicología para Maestros 1. Pueblo y Educación.

 

Datos del (los) autor (es)

1Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor Titular del Departamento de Pedagogía - Psicología de la Facultad de Educación de la Universidad de Matanzas, Cuba. ID ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3280-8744

2Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor Titular del Departamento de Pedagogía - Psicología de la Facultad de Educación de la Universidad de Matanzas, Cuba. Director de la Revista Atenas. ID ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0050-0649

 

Atenas Vol.3 Nro. 55 (2021) ISSN: 1682-2749