Vol. 1 Nro. 25 enero-marzo 2014

LA ENSEÑANZA DE LAS HUMANIDADES EN EL PENSAMIENTO PEDAGÓGICO DE JUAN MARINELLO

THE TEACHING OF HUMANITIES IN THE PEDAGOGICAL THINKING OF JUAN MARINELLO 

Niurka Palmarola Gómez1

RESUMEN:

En este artículo se aborda la contribución de Juan Marinello al desarrollo de la enseñanza de las humanidades, su particular vigencia en la educación cubana del siglo XXI, atendiendo a una educación pertinente, laica, científica, humanista y profundamente nacionalista desde la tradición universal, la significación del aporte de Marinello está en un corpus de idea y conceptos que ofrecen a los docentes del área de las humanidades herramientas y vías para propiciar en los estudiantes una cultura general que se traduzca en altos valores morales y profundo compromiso con el proyecto social que construimos.

Palabras claves:enseñanza, humanidades, pensamiento pedagógico, Juan Marinello.

ABSTRACT:

The paper presents the contribution Juan Marinello made to the teaching of humanities, his particular permanence in Cuban education in the 21st century, focused on a pertinent, scientific, humanist, laical, and deeply nationalist education from the universal tradition. The meaning of Juan Marinello´s contribution is in a corpus of ideas and concepts which offers teachers of Humanities tools and ways to propitiate a comprehensive culture in students translated in high moral values and a deep involvement with the social project we are constructing.

Keywords:teaching, humanities, pedagogical thinking, Juan Marinello.

INTRODUCCIÓN

La obra educacional de la revolución cubana es resultado de una larga tradición pedagógica y una política educacional que ha propiciado la democratización de la enseñanza y elevado sus niveles de calidad durante el último siglo. Pese a los avances experimentados todavía la enseñanza del Español, la Literatura y la Historia no han logrado propiciar en los estudiantes una cultura general que se traduzca en altos valores morales y profundo compromiso con el proyecto social que construimos. En aras de perfeccionar la formación humanista se realizan múltiples investigaciones entre ellas las orientadas al rescate del pensamiento pedagógico nacional de estas ciencias.

Entre los profesores que reflexionaron en torno al tema se encuentra Juan Marinello Vidaurreta, quien ejerció la labor de profesor en diferentes períodos de su vida e impartió fundamentalmente las asignaturas de Literatura y Español. Su práctica como docente le permitió reflexionar acerca de las características e importancia de la enseñanza de estas asignaturas y su contribución a la formación humanista de los jóvenes cubanos. Sus observaciones las realizó de forma dispersa en toda su obra, mediante cartas, discursos o ensayos, de ahí la importancia de la sistematización de sus ideas, propósito que anima este trabajo.

Los análisis realizados sobre la enseñanza de las asignaturas de Español, Literatura e Historia permiten observar un enfoque objetivo y clasista de la literatura y la historia como procesos sociales, que consideró se debía conservar en el proceso docente. Sus consideraciones al respecto son recomendaciones metodológicas válidas en la actualidad si se considera que la enseñanza desde las disciplinas humanísticas debe revertirse en el logro de ciudadanos, más cultos, críticos, humanistas e identificados con las tradiciones progresistas de la humanidad y la nación cubana en particular.

DESARROLLO

Juan Marinello desarrolló una importante actividad en defensa de una escuela para la sociedad cubana pertinente, laica, científica, humanista y profundamente nacionalista desde la tradición universal. Esta acción la realizó desde diferentes instituciones sociales, entre ellas, su labor como senador en la República neocolonial, como diputado a la Asamblea del Poder Popular y como representante del partido de los comunistas cubanos. Unido a ello trabajó como profesor en la Escuela normal de La Habana y en la Universidad de esta ciudad después del triunfo de la Revolución.

Sus reflexiones acerca de la enseñanza del Español y la Literatura alcanzaron mayor desarrollo en aquellos años en los que estuvo directamente vinculado a la labor docente, en la década del cuarenta al cincuenta y del sesenta al setenta del siglo XX. Estas le permitieron conformar un pensamiento pedagógico que transitó desde el idealismo al marxismo leninismo, lo que propicio un análisis objetivo de los problemas de la educación en Cuba y en particular de la enseñanza del Español y la Literatura. Esto unido a su amplia cultura y al conocimiento de diversas experiencias pedagógicas en América y Europa le permitió desarrollar ideas acerca de las características que debía tener la enseñanza de estas disciplinas.

Valoró las dificultades que presentaba la enseñanza de la Literatura, en Cuba, a partir de la incomprensión de las particularidades que esta asignatura tenía. Ello hacía que con frecuencia se le encargaran al profesor “menesteres numerosos y disímiles de los que piden dotes y facultades apartadas y hasta contradictorias: desde las necesarias para la revelación del idioma –conocimiento científico-, hasta las que piden el adoctrinamiento para la creación” (Marinello, 1989a, p.73). En su opinión, se debía separar la enseñanza del Español y la de la Literatura, ya que sus objetivos eran diferentes. La primera trabajaba los mecanismos del habla, la gramática, las formas en que se expresaba el hombre, lo que tenía importancia porque “todos debemos hablar y escribir inteligentemente” (Marinello, 1989a, p.76), mientras que la Literatura realizaba “un estudio histórico de ancho y particular sentido” (Marinello, 1989a, p.73). La unidad de estas asignaturas provocaba que no se delimitaran bien las tareas, y se afectara su impartición, generalmente o no se enseñaba el mecanismo del habla o se simplificaba el estudio de la Literatura, simplificaciones que repercutían en el desarrollo cultural del estudiante.

Para Marinello, el profesor de Literatura no debía limitarse a hacer un simple registro de fechas y nombres, tampoco debía proponerse formar poetas y literatos, en cuya tarea consideró que tendría pocas posibilidades de éxito. En sus ensayos destacó que “un profesor de literatura que entiende su misión ha de ofrecer, en vivo, el proceso de creación literaria con la finalidad de que quien lo escuche pueda posesionarse de veras de uno de los costados más poderoso y elocuente de la cultura de una época” (Marinello, 1989a, p.75). Entendida así la tarea era más compleja y exigía más conocimiento, no solo del lenguaje de la creación artística y de sus formas de expresión, sino de la historia y la cultura de la humanidad. Debía el profesor impartir los contenidos de forma que el estudiante se formara un juicio lógico e histórico, la enseñanza de estos debía combinar la forma y el contenido, la obra con la realidad social nacional y universal.

Lo esencial en la enseñanza de la Literatura no era el tema abordado en la obra sino el tratamiento realizado por el autor, este incluía la profundidad del análisis y la riqueza de los modos de expresión, esa unidad determinaba el significado de toda obra. Juan Marinello fue partidario de que se enseñara todo, sin discriminar movimientos, ni autores; ya que todo movimiento artístico tenía un condicionamiento social que determinaba sus características, consideró la necesidad de estudiar incluso lo regresivo, que debía ser criticado como modo de expresión que no se realizó a partir de las necesidades del hombre y de su tiempo (Marinello, 1989a, p.76).

El profesor debía tener libertad y responsabilidad al impartir sus clases y al seleccionar los temas de estudio, por eso necesitaba profunda cultura y conocimientos actualizados de la materia que impartía. El profesor de Literatura necesitaba liberarse de lo que denominó la pereza mental, pues esta conducía a la absolutización de los estilos divorciados de la realidad que los engendraba, lo que limitaba la enseñanza a una secuencia de movimientos y obras, carentes de nexo con la vida.(Marinello,1989a, p.74)

En 1942, mientras Medardo Vitier se desempeñaba como Inspector General para las Escuelas Normales se pidió la revisión de los programas de las asignaturas que se impartían en estas escuelas, el propósito de tal revisión era acercarlos a la vida y a la formación de valores. El divorcio de la enseñanza con la realidad social provocaba que se ofreciera a los estudiantes una imagen del mundo que no era la que se encontraba fuera del aula, esto los desorientaba al generar confusión, o lo más complejo, hacía que el estudiante se formara dos imágenes, una de las normas ciudadanas ejemplares dentro del aula y otra la de la irregularidad que se observaba en el curso de los acontecimientos, esta superposición de imágenes repercutían negativamente en la formación del estudiante al distorsionar la realidad.

Las cartas cruzadas entre ambos maestros, por tal motivo, muestran la coincidencia entre las orientaciones recibidas y la visión que de la escuela y del proceso de formación escolar tenía Marinello; para quien, era preferible mostrar la verdad e invitar a los estudiantes a influir sobre ella, que desvirtuarla. Las orientaciones del Inspector General indicaban que “aprender, disciplinar la conducta, sentirse preocupado por el destino colectivo, ese es el programa útil” (Vitier, 1942a, p.2).

Este intercambio epistolar reforzó dos ideas recurrentes en los trabajos escritos por Juan Marinello, sobre las características de la enseñanza en la escuela cubana, son estas: el nexo entre instrucción-educación y de la escuela con la vida. Era necesario formar a los jóvenes cubanos en la tradición patriótica que había animado a la nación y a partir de las experiencias pedagógicas que llegaban del siglo XIX, hacer los hombres que resolvieran los problemas que presentaba el país.

Valoró Marinello que si los maestros normalistas se desempeñaban generalmente en las escuelas públicas, como parte del nexo necesario de la escuela con la vida, se hacía importante alcanzar el vínculo de la Escuela Normal con la Pública. Este se realizaba mediante las escuelas anexas, en las que los estudiantes realizaban tres tipos de prácticas, ellas facilitaba al normalista interactuar con la realidad concreta en la que se desempeñaría una vez titulado, lo que ayudaba a evitar las decepciones y el fracaso, una vez graduados (Marinello, 1942).

Se pedía a los profesores de humanidades que utilizaran en sus clases aquellos contenidos que vivificaran la tradición cubana del siglo XIX, sin la cual no se podía formar la idea de nacionalidad y nación, vital en el sistema de educación. En estos nuevos planes de estudios se pedía hacer que lo académico actuara para fines humanos, lo que debían aparecer en los programas de las asignaturas para que los profesores atendieran a cultivarlos durante el curso, y se destacaba: “cultivo y no mero conocimiento. El conocimiento no alcanza su plenitud si no fomenta las virtudes y creencias y los actos que las encarnan, su aprendizaje ha de efectuarse viviéndolos en los actos de su vida. Estos son más significativos en quien se prepara para el magisterio” (Vitier, 1942a, p.2)

Y esto era así pues el maestro educaba, lo que para él significaba: fomentar las propensiones superiores y abatir las inferiores, lo que en el sentir martiano significaba dar la oportunidad para el desarrollo de lo mejor de cada individuo.

Era decisivo que los programas fueran flexibles para que los maestros pudieran enseñaran a aprender, es decir, a extraer de la bibliografía lo esencial, a desarrollar la lectura, a intensificar la enseñanza de la Historia de Cuba y la Literatura, pero no solo con los hechos sino con la historia de las ideas, había que enseñar de modo que los estudiantes llegaran a formarse un juicio propio. Estas asignaturas aprendidas de este modo debían mostrar la pugna entre las fuerzas de bien y del mal, de lo progresista y lo reaccionario, develando la lucha del hombre en la defensa de la vida. La importancia del aprendizaje de la ortografía, no podía constituir solo un problema de la gramática, al ser el idioma parte de la historia del país, esta era tarea de todos los profesores y se pedía una alta penalización de los errores que se cometían en los exámenes.

Se llamaba al desarrollo de capacidades en los estudiantes para alcanzar los objetivos propuestos y se destacaba que “enseñar a estudiar es el objetivo central de toda educación” (Vitier, 1942a, p.5). Juan Marinello recibió la felicitación de Medardo Vitier, quien calificó su programa de Literatura de excelente y valoró que este iba “por la vía de la síntesis, no por la del análisis, que descompone la materia en tópicos y se vale, al caso de la enumeración. Señala Ud. las grandes líneas, las direcciones maestras del curso” (Vitier, 1942b, p.1), lo que permitía el vínculo que fijaba la tradición cubana como la raíz y fomentaba la eticidad.

Después del triunfo revolucionario de 1959, Juan Marinello destacó, que el profesor de literatura no podía estar ajeno al proceso de liberación nacional, ya que pocos cubanos tenían en sus manos mejores datos para penetrar y servir al proceso revolucionario; pues, ningún país podía mostrar “tradición más hermosa que el cubano en el empeño de alcanzar la libertad para la justicia” (Marinello, 1989a, p.77). Para él, toda obra literaria expresaba las contradicciones presentes en el desarrollo de un grupo humano, al reflejar la pugna entre lo progresista y lo retrógrado; el profesor debía trasmitir la lucha entre esas fuerzas de la vida, para que el estudiante se formara un juicio propio, a partir del cual orientar su conducta (Marinello, 1975a).

La enseñanza y el aprendizaje de la Literatura, entendidas desde esta perspectiva, debían ser un ejercicio de lectura permanente, pues solo el examen cuidadoso de la obra unido a la reflexión colectiva permitía la comprensión y valoración de los textos. Consideró Marinello que la enseñanza de la Literatura debía transformarse en “una pelea incansable por hacer fecundo el conocimiento literario” (Marinello, 1976a, p.187), por propiciar la relación entre lo que se expresaba en la obra y el tiempo en que transcurría, pero además, por entenderla en relación con los conflictos y retos que se alzaban ante el estudiante, en su contexto actual.

Juan Marinello, consecuente con el ideal educacional que concibió para la sociedad cubana, le atribuyó una importante función al conocimiento y la enseñanza de la Historia de Cuba. En el análisis que realizó de la labor de Emilio Roig como historiador, adelantó importantes ideas para comprender la impronta formadora de la historia, al considerar que el desarrollo ideológico de Roig evidenciaba una profunda verdad: “que mientras mejor se estudia nuestra historia, mientras mejor se conoce el pensamiento de nuestros libertadores y la acción del pueblo, más se entiende que la penetración imperialista es la gran muralla que impide nuestra libertad, nuestro desarrollo y nuestro progreso, por lo que el combate al gran enemigo es la tarea primera de quien quiera de veras servir a Cuba” (Marinello, 1989b, p.549).

Para Juan Marinello la historia permitía comprender las causas de los problemas presentes en la sociedad cubana, lo que posibilitaba buscar soluciones que fueran a los elementos engendradores, a las causas. El conocimiento histórico hacía que el joven se reconociera como parte de una tradición, de un sentimiento, lo que trasmitía una responsabilidad con el destino colectivo, con el país y sus retos. Pero para que la historia pudiera ser maestra de la vida (Marinello, 1989b) había que cuidar la forma de enseñarla. Consideró que no había cultura genuina sin conocimiento y valoración de lo pasado, pero puntualizó: “Volver la historia porvenir es una de las más horribles deformaciones mentales que pueden concebirse; es como arrancarle a la vida su esencial función andadora y ascendente” (Marinello, 1985b, p.328).

La historia tenía que verse en sus nexos con el presente y con el futuro, lo que permitía prever formas de actuar acordes a los nuevos tiempos, que reconocieran el origen y las causas de los problemas, así como el examen de las soluciones que se habían propuesto en diferentes contextos con sus aciertos y desaciertos para seleccionar lo que se ajustaba a los nuevos tiempos. La historia, escribió Juan Marinello, cualquiera que sea su orientación, “es el testimonio de un tramo del tiempo y de la tierra, es decir, la puntual anotación de un momento de la vida en marcha” (Marinello, 1977, p.204), por eso era necesario entenderla como proceso objetivo, sujeto a leyes.

Juan Marinello criticó las concepciones positivistas que distorsionaban la historia al estudiar los hechos como sucesión o colección de personalidades. Para él, esos análisis al margen de las masas, le imprimían un carácter finito al proceso social, al encerrarlo en los marcos de una personalidad, así, con la muerte de esta terminaba la historia, lo que establecía rupturas, que no dejaban ver lo incesante, lo ilimitado (Marinello, 1976b), la continuidad se lograba con el análisis del conjunto, del movimiento de las clases sociales. Esta perspectiva dialéctica materialista de la historia determinaba que el profesor de Historia de Cuba tuviera la tarea de “indagar en las fuentes para traer hasta hoy, lanzadas hacia el mañana, ese hilo rojo de poder encauzador que une al 10 de octubre de 1868 con el 1ro de enero de 1959” (Marinello, 1989b, p. 547).

Al ser la historia un proceso contradictorio era necesario verla de modo integral, reproducir todos los factores que intervenían en su curso, la pugna entre las fuerzas contrarias que se debatían en ella. Alertó contra los prejuicios en la enseñanza de Historia y contra las concepciones románticas que llevaban a su idealización, desde los años veinte, ya había planteado: “amamos a nuestra tierra y nuestra gente incondicionalmente, pero no entendemos esa incondicionalidad al orden del juicio y de la valoración… La exhibición de nuestros pecados nos duele: pero también nos edifica” (Marinello, 1928, p.5). Debía enseñarse todo, sin exclusión de los momentos de regresión, había que sacar lecciones que impidieran que estos se repitieran, enfrentar el pasado en función del presente, pero principalmente con proyección al futuro.

Al triunfo de la Revolución, destacó la importancia del estudio penetrante y veraz del período republicano en Cuba, consideró que era importante investigar este momento de la historia del país y recomendó que se hiciera con “dos objetivos: para que se conozcan las raíces de los malos hábitos que no han podido erradicarse en un breve período revolucionario; y para que se advierta la abismal diferencia entre lo de ayer y lo de hoy” (Marinello, 1979, p. 28). Valoró que esta forma de estudio del proceso de desarrollo de la nación permitiría profundizar en la significación del momento histórico que estaba viviendo el país, después de 1959, y llevaría a la formación de juicios propios sobre lo que había sido el pasado y cómo se construía el presente de la nación. Otra arista de la enseñanza de la historia que mereció la reflexión de Juan Marinello fue el trabajo con las personalidades históricas, el cómo abordarlas, aspecto que era muy importante porque estas actuaban como guías de las generaciones jóvenes, al convertirse en modelos a imitar, al respecto expresó: “Es ley inalterable que quien cría reverencia por los líderes de una revolución asume sus criterios y adopte sus principios” (Marinello, 1976c, p.49). Pero ello no era algo fácil de alcanzar, para lograrlo el profesor debía prestar especial interés a la hora de enseñar la grandeza de estos hombres, tenía que revelar la personalidad en su integralidad, como totalidad. Ello no limitaba la labor de orientación, la intencionalidad que aportaba el profesor, quien debía mostrar su actuación en función del empeño colectivo para no perderse en aspectos formales individuales, anecdóticos. La personalidad debía presentarse viva, dentro del conflicto que vivió, hacerla humana y aconsejó: “no debe pecarse ni por defecto ni por exceso: ni resucitar fantasmas ni exigir milagros” (Marinello, 1989c, p.78).

Reconoció como dificultad para el estudio de la historia cubana, “la condición arquetípica de sus grandes hombres. Ninguna tierra de América ofrece vidas tan fieles a su impulso céntrico” (Marinello, 1998, p.149), pero consideró que era necesario romper la idea de estatuas, de mitos, que los acompañaba. Esa tarea era difícil, dolorosa, pero necesaria para hacerlas creíbles, y en consecuencia, admiradas y seguidas por los jóvenes. Estudiar a las personalidades históricas en sus conflictos íntimos no significaba denigrarlas, ni querer atemperarlas a tiempos que no fueron los suyos, (Marinello, 1998) era mostrarlas en su pugna cotidiana, en su grandeza desde la labor diaria.

En los análisis que realizó Marinello de diversas personalidades históricas, destacó, con abundantes adjetivos, las cualidades que consideró debían formarse en el pueblo cubano, estas las orientó en un sentido ético y nacionalista, vinculadas siempre a la actuación colectiva y en correspondencia con el destino del país, resaltó entre otras cualidades el humanismo y el patriotismo.

En los estudios realizados sobre José Martí, que ocupan un lugar destacado en su obra, se puede observar cómo construyó el paradigma martiano durante la República Neocolonial al hacer emerger, en correspondencia con el mandato de Julio A. Mella, la visión revolucionaria y antiimperialista de Martí (Sánchez, 2007). Algo similar ocurrió durante el proceso revolucionario, cuando lo atemperó a los nuevos tiempos, al sistematizar después del triunfo de la Revolución, la presencia de Martí en la obra que esta iba alcanzando. Valoró además a otros próceres latinoamericanos, al destacar su presencia en la tarea redentora de nuestra América, y alertó acerca de la importancia que tenía lograr en las jóvenes generaciones una identificación que no fuera “imitación cercana sino asimilación profunda y leal de las esencias”(Marinello, 1985a, p.355).

Consecuente con la idea de la educación permanente y la necesidad de crear un clima social que contribuyera al conocimiento histórico, le atribuyó un papel importante a la divulgación de la historia en la prensa, en la revista Social, al referirse al propósito de la misma, Juan Marinello escribió: "sabedora esta revista cubana de que en los pueblos pequeños debe fomentarse de modo continuo una fuerte conciencia nacional por el conocimiento de su historia heroica, ha venido publicando sin interrupción, junto con el estudio de estados colectivos pasados, completas biografías de nuestras grandes figuras de la colonia y de la revolución" (Marinello, 1925, p.7).

Es importante destacar que, en la primera mitad del siglo XX, resultado de la impronta positivista y liberal, hubo un rescate de la tradición histórica y cultural cubana, en particular del siglo XIX; se recurrió a la historia para fundamentar un modo u otro de actuación con regularidad. Así, los jóvenes universitarios homenajearon a Enrique J. Varona, símbolo de las transformaciones universitarias que se necesitaban, al cumplirse los 50 años de su primer curso de Filosofía, en la comisión organizadora de dicho homenaje estuvo Marinello.

Una labor similar haría al valorar el papel de la revista Avance que debía trabajar entre otras líneas en acciones orientadas a recordar y explicar acontecimientos históricos y personalidades cubanas. Destaca la convocatoria realizada a partir de la difusión en el país del libro de Charles Chapman sobre la Historia de Cuba. En este se ofrecía una falsa visión del cubano y su desempeño en la sociedad, por lo que en la revista se convocó a un concurso para que los historiadores refutaran la visión de pecadores con que se presentaba a los cubanos en el texto.

Otros hechos similares estuvieron vinculados a José de la Luz Caballero, al centenario de Enrique José Varona, al de José Martí, al de la polémica filosófica del siglo XIX protagonizada entre Luz y los hermanos del Valle. Generalmente, los años en que se conmemoraban los centenarios de algunas de estas fechas recibieron nombres alegóricos a esas efemérides y se realizaron diferentes actividades para honrar esos acontecimientos, en muchos casos con un propósito formar pero que se encargaban entre otras actividades de la publicación de obras vinculadas a esos procesos (Marinello, 1979).

En los años cuarenta, a raíz de la polémica que generó la propuesta de Ley para la regulación de la enseñanza privada, que realizó Juan Marinello en el Senado, se reprodujo en el periódico Hoy, el texto del Proyecto de Ley Reglamentando la Enseñanza Privada, redactado y presentado por Fernando Ortiz en el año 1916 (Ortiz, 1941). La historia se consideraba un elemento legitimador de la conducta asumida por los hombres y de reafirmación identitaria frente a la penetración norteamericana.

Después del triunfo revolucionario, Juan Marinello manifestó su preocupación por el desconocimiento de la historia y las tradiciones nacionales que observó entre los jóvenes profesionales, al respecto señaló: “esa tradición es un gran tesoro. Lo primero es conocerla, estudiarla. Y hay que decirlo todo, nuestra gente joven no es muy inclinada a tal cosa” (Marinello, 1989c, p. 95).Valoró que era necesario un examen de esa tradición desde el marxismo leninismo, pues consideró que la nueva mirada a la historia del país era la clave para entender el presente revolucionario y proyectarse al futuro, ya que sería imposible construir una nueva sociedad sin ir a sus raíces, y no se podía comprender la real magnitud y continuidad de la hazaña liberadora cubana sin transformar la historiografía burguesa, personalista y positivista (Marinello, 1975b, p.77).

Al referirse al significado de la nueva visión de la historia destacó como uno de sus aportes fundamentales permitir que la enseñanza de la Historia y la Literatura se orientara a reconocer el papel que desempeñan en ambas el esclarecimiento de los problemas a partir de la lucha de clases como fuerza movilizadora de los cambios sociales, y de los factores económicos que alimentaban las ideas, lo que evitaba errores y propiciaba un entendimiento certero (Marinello, 1989d). Esto implicaba la lectura sistemática, por lo que le atribuyó Marinello una importancia decisiva al uso de los libros de textos y al hábito de lectura en la elevación del nivel cultural de los estudiantes y en la enseñanza de estas asignaturas.

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