Vol.4 Nro.36(2016) octubre–diciembre págs.[280-294] http://atenas.mes.edu.cu

Problemáticas identitarias en La maldición de Malinche, de Gabino Palomares

Binary identity in the song La maldición de Malinche, by Gabino Palomares

Juan Carlos González Vidal 1
juanvit@hotmail.com

RESUMEN:

En este artículo se analiza la forma en que se manifiestan problemáticas relativas a la construcción de la identidad nacional en México en la canción La maldición de Malinche, de Gabino Palomares. Se enfatiza la conjunción de material significante proveniente de diferentes marcos, como son la historia y el mito, y su funcionamiento al interior de la pieza. La perspectiva teórica está constituida por la semiótica.

Palabras clave: Identidad, historia, mito, semiótica, continuidad.

ABSTRACT:

In this article, it is analyzed the way in which issues relative to the construction of the national identity are manifested in Mexico from the song La maldición de Malinche, by Gabino Palomares. There is emphasized the conjunction of significant material from different fields, such as the history and the myth, and their operation within the song. The theoretical perspective consists of semiotics.

Keywords: identity, history, mith, semiotics, continuity.

INTRODUCCIÓN

La cuestión relativa a la identidad nacional fue uno de los empeños más importantes en México durante el siglo XX. Esta preocupación se introdujo en diversos dominios, como la filosofía, la sociología, la antropología, la historia, el arte, la moda vestimentaria, etc., y cada dominio la abordó de acuerdo a sus posibilidades expresivas y enunciativas.

Como es sabido, una de las líneas que siguió este interés, fue buscar “lo auténticamente mexicano” en el pasado prehispánico. Son célebres las reflexiones en torno al tema, realizadas por Samuel Ramos (El perfil del hombre y de la cultura en México), Leopoldo Zea (Conciencia y posibilidad del mexicano), de Emilio Uranga (Análisis del ser del mexicano) y Octavio Paz (El laberinto de la soledad) en la ensayística; los murales de Saturnino Herrán (Nuestros dioses —inconcluso—), Diego Rivera (El hombre y los elementos), Alfredo Zalce (Los defensores de la soberanía nacional) y José Clemente Orozco (Cortés y La Malinche) en la pintura muralista; la narrativa de Carlos Fuentes (La región más transparente); además de otras prácticas dignas de toda la atención, como la moda vestimentaria “indigenista” surgida durante los primeros años de la década de los setenta en la ciudad de México y las designaciones de las representaciones mexicanas en eventos deportivos internacionales. Es interesante señalar que, a lo largo de los años, se ha escuchado frecuentemente el empleo, por parte de comentaristas y narradores deportivos, de las expresiones “la selección azteca” o “los aztecas” para referirse a esa clase de delegaciones, muy a menudo en el ámbito del fútbol; estas sencillas referencias, aparentemente ingenuas, activan aspectos identitario colectivos con un fuerte soporte histórico. (De hecho, esta cuestión no ha quedado resuelta y tiene, en consecuencia, repercusiones en la actualidad, como lo demuestra el último de los casos mencionados).

Como se aprecia, los posicionamientos sobre la identidad nacional han estado lejos de limitarse a ámbitos académicos. Y es precisamente una “zona popular” —por decirlo de algún modo— la que se toma para el desarrollo de este análisis.

En este sentido el objetivo de la propuesta se centra en el reconocimiento de los elementos populares de la identidad nacional mexicana través de la canción La maldición de Malinche, de Gabino Palomares.

El texto elegido tuvo como intérprete destacada a Amparo Ochoa, quien contribuyó de modo significativo a su difusión y a su popularidad. La pieza data de la primera mitad de la década de los setenta y dio nombre al álbum de 1975 del canta-autor potosino.

La selección del discurso en La canción de Palomares es doblemente importante si se considera que no solo toca el aspecto popular de la cultura mexicana —esto es lo más evidente—, sino que reproduce de manera sintética y de acuerdo a su potencialidades significativo-comunicativas, la manera en que se constituye tal identidad.

El tema analizado se inserta en el proyecto de investigación sobre la enseñanza- aprendizaje de las lenguas y la literatura en la educación de la personalidad. Su importancia radica en el estudio de la significación del texto artístico, que como manifestación del arte cancionístico cumple su función de comunicación estética y crítica, generadora de nuevas formas de expresión y trasmisión de experiencias donde se ven representadas las actitudes humanas, de ahí su incidencia en la esfera de lo cognoscitivo y afectivo en el desarrollo de la personalidad.

DESARROLLO

Toda cultura se manifiesta como un conjunto de conocimientos convencionales que permite a sus usuarios interactuar con el mundo y con sus semejantes. Además, dicho conjunto presenta un carácter sectorizado, lo que equivale a decir que se encuentra dividido en campos específicos, como son las matemáticas, la física, la lingüística, la arquitectura, la medicina, la sastrería, la carpintería, entre otras. La sectorización comprende tanto las zonas prestigiosas como las que no lo son. Todas, sin excepción, son zonas de conocimiento especializado: un sastre, por poner un ejemplo, requiere de habilidades que no posee cualquier persona, lo que determina también visiones especializadas sobre las prendas de vestir: diseños, tipos de tela, calidad de la misma.

Desde la perspectiva de la semiótica, cada uno de estos dominios posee una serie de normas codiciales que marcan las expresiones producidas en ellos. Muchas veces acontece que en la conformación de un texto intervienen varios de estos dominios, lo cual deriva, desde el punto de vista de su conformación, en una complejización estructural, esta clase de convergencias ha sido abordada en trabajos precedentes (González Vidal, 2008 y 2010). Es el caso de La maldición de Malinche, la constitución se basa en huellas discursivas procedentes de diferentes marcos, como se demostrará a continuación.

La Conquista de México

En primer término, en la canción se localizan elementos provenientes de la historia, lo que puede apreciarse desde el título mismo: la Malinche (Malinalli, Malintzin, doña Marina) es un personaje modelado por este campo.

Para una mejor comprensión de la argumentación, se debe conocer que el relato histórico cuenta entre sus características esenciales el anclarse en coordenadas espacio-temporales concretas y, además, concebidas como verídicas. Esto determina que sea trascendente, es decir, que deba ser validado con respecto a algo que es exterior a él. Por otra parte, posee normas de combinación y distribución sígnicas que determinan la sintaxis narrativa: por ejemplo, el orden de las secuencias tiene que apegarse más que en otros relatos a una organización cronológica; y no hay que dejar de lado que su función comunicativa está en la obligación de atender la referencialidad postulada por Jakobson.

De acuerdo con Ginzburg (2010), el “efecto de verdad” que genera una narración histórica encuentra simultáneamente su explicación en aspectos internos y externos, este autor tiene un estudio muy interesante que sirve de referente al tema abordado.

Al igual que en otras ocasiones, es necesario insistir en que la historia no es completamente objetiva, ya que se origina a partir de posiciones enunciativas que incluyen puntos de vista. La objetividad absoluta atribuida se limita a ser un rasgo codicial. No hay que olvidar que a final de cuentas es una representación que está en lugar de los acontecimientos narrados.

Volviendo a la canción, el título proporciona, de entrada, una clave importante de interpretación al indicar una línea de sentido que permea todo el texto. Se trata, de acuerdo con Genette (2001), de un tipo de paratexto, de un umbral que permite tener una visión previa sobre aspectos específicos del texto al que acompaña. La Malinche es una entidad construida por el relato histórico: su existencia es constatable más allá de su representación discursiva. Sin embargo, al formar parte su nombre de un sintagma en donde el núcleo es el término “maldición”, se actualiza la dimensión mítica que ha ido envolviendo al personaje (en la estrofa final se reitera esta asociación) y se manifiesta desde este instante un modo de caracterizarlo.

Del mismo modo que se planteó con respecto a la historia, daremos una definición breve de relato mítico para sustentar aspectos que tocaremos en este estudio. Se concibe esta clase de relato como un complejo narrativo en el que los arquetipos adquieren una especial relevancia, pues explican las causas por las que se llegó a una circunstancia histórico-social y justifican la toma de decisiones y el ejercicio de acciones. En concordancia con autores como Barthes (1980), no pensamos que el contenido de semejante relato se halle restringido a lo religioso: su delimitación debe considerar especialmente aspectos formales. Siguiendo algunos de los postulados del pensador francés en torno al tema, hay que establecer inmediatamente que estamos ante un relato amplificado, constituido por la superposición de dos sistemas semióticos sustentados en zonas de la cultura diferentes: hay un sistema inicial que hace referencia a eventos, a personajes y a acciones que han sido registrados culturalmente, al que se incorpora un segundo, cuya función primordial es proporcionar indicaciones de interpretación sobre el primero. Esas indicaciones, además, tienen como finalidad proyectarse lo más dilatadamente posible, por lo que contemplan siempre a un sujeto colectivo.

Precisando lo anterior, el relato mítico se conforma mediante una combinación de códigos referenciales y ficcionales: se ubican hechos como revoluciones, guerras, anécdotas de la vida cotidiana, fundación de ciudades y de culturas en lugares específicos… pero desde una óptica particular. De manera general, es el sistema inicial el que provee los elementos referenciales, y el segundo, los elementos ficcionales, y por el papel preponderante que juega este último al estar superpuesto, tiene la facultad de remodelizar al primero.

Con toda razón Barthes dice que el mito, bastión de infinidad de relatos, “[…] designa y notifica, hace comprender e impone” (1980: 208), en lo que instaura una fusión que, no obstante, se ofrece como una unidad homogéneamente construida. Aquí está una posible explicación del por qué los mitos que se anexan al campo histórico son susceptibles de ser tomados como material histórico.

En correspondencia con el análisis seguido, la base para la visualización de la Malinche parte de ciertos elementos míticos, conformados fundamentalmente a principios del siglo XX, cuando cobró fuerza la concepción sobre su actuación a favor de los españoles y en contra de los indios, lo que la convierte en el modelo de la traición en México. Como afirma Morales Campos, esta percepción comprende “[…] la negación de una Malinche más auténtica, la imposición de una figura inventada que borra otra, la cual no merece ni la aceptación ni el reconocimiento por parte de […] una cultura” (2015, p. 32). La canción retoma la imagen simplificada y prácticamente unidimensional que se sedimentó en la conciencia de los mexicanos, la imagen que gira en torno a una serie de valores negativos que evacuan parte de su dimensión histórica.

Es indudable que el mito recobra rasgos del personaje que han sido atribuidos por la historia, pero varios de ellos son difuminados o redimensionados al estar sometidos a las coerciones formales del nuevo ámbito (como por ejemplo las razones por las que afectivamente Malintzin estaba desvinculada de las culturas indígenas). Es interesante señalar que el motivo del desapego de la Malinche con respecto a su cultura de origen puede encontrarse ya en Bernal Díaz del Castillo, (2002, p. 86). La información ahí contenida cambia radicalmente la concepción sobre el personaje: es explicable —y hasta justificable— su alejamiento de las etnias autóctonas.

Las modelizaciones o remodelizaciones de un preconstruido van de la mano con necesidades expresivas concretas. En esta concepción confluyen, de entrada, dos campos, y es en tal confluencia que se sitúa uno de los principios de producción de sentido del texto que nos ocupa.

De esta forma, queda involucrado un fragmento de la historia de México que sirve de pre-texto a la canción: el relativo a la Conquista. Las dos primeras estrofas dicen lo siguiente: “Del mar los vieron llegar / mis hermanos emplumados, / eran los hombres barbados / de la profecía esperada. // Se oyó la voz del monarca / de que el dios había llegado / y les abrimos las puertas / por temor a lo ignorado”. Hay que subrayar inmediatamente que la composición discursiva activa el opósito mismidad / otredad. La voz enunciadora que inicialmente se asume en la individualidad (mis), se proyecta a una colectividad (“hermanos emplumados”, “les abrimos la puerta”). En la proyección se observa un proceso que comienza con la alusión que hace una primera persona de singular a una tercera de plural con la que guarda una relación étnica, la cual es intensificada con la inclusión de la palabra “hermanos”; se establece así una identificación de base, sustentada en el factor racial, entre el yo y una comunidad. El proceso desemboca en la fusión entre el yo y el nosotros, con lo que se delimita en una primera instancia la noción de mismidad.

Opera, de acuerdo con la implicación de tiempos históricos, una correspondencia entre el pasado prehispánico y el México del presente (el del conjunto enuncivo), lo que a final de cuentas es una recuperación de la concepción oficialista sobre la historia de México. De esta manera, el mexicano se presenta como el indio, y en este “escenario”, este término, se utiliza en la dirección que lo emplea Eco: para referirse a situaciones (socialmente codificadas) que proporcionan instrucciones de activación de ciertos sentidos en detrimento de otros en el momento de uso de una expresión (1988); asimismo se obtiene una equivalencia bicondicional en la que: si mexicano entonces indio y viceversa.

Nos hallamos ante un procedimiento de aglutinación semántica mediante el cual la heterogeneidad de las culturas indígenas queda compactada —por decirlo de algún modo— en un concepto, lo que facilita la manipulación de aquello que se designa simplificadamente.

Es evidentemente el factor racial el que permite también demarcar en un primer momento la otredad. Mediante una metonimia (“hombres barbados”) se alude a los españoles por considerarse un rasgo físico de una etnia.

Dinámicas de posicionamiento enunciativo

Los posicionamientos enunciativos tienen una relevancia capital en la canción que tratamos. En la tercera estrofa se lee: “Iban montados en bestias / como demonios del mal, / iban con fuego en las manos / y cubiertos de metal”.

El fragmento presenta fenómenos interesantes. En primer lugar, se crea el efecto de que se enuncia desde la perspectiva de los indios; se sigue un procedimiento discursivo consistente en plasmar un desconocimiento de aquello que se describe. Entonces, el enunciador recurre a designaciones generales y a perífrasis para hacer aprehensible lo que le resulta extraño: “bestias” sustituye a “caballos”, “fuego en las manos” a “arcabuces o trabuquines”, y “cubiertos de metal” a “armaduras”. Queda así implicada una comunidad que se enfrenta a lo desconocido. Las nociones de novedad y de extrañeza sustentan esta parte del texto.

Eco se ha ocupado de la situación en que un sujeto debe hacer frente a lo desconocido. Ante esto, el sujeto actúa por aproximación, es decir, recurre a los modelos culturales de que dispone para organizar lo que se presenta ante él como ignorado o vago. Eco pone como ejemplo la manera en que procedió Marco Polo la primera vez que vio un rinoceronte en la isla de Java: el navegante disponía del concepto unicornio y lo aplicó al que para él era un animal insólito; aunque posteriormente tuvo que hacer ajustes al modelo, volvió aprehensible esa realidad (1999). Esta clase de procedimiento en el texto de Palomares es una mera apariencia que refuerza el modo en que la voz enunciadora se asume en la fusión con su pasado; simultáneamente, subraya la presencia de la otredad.

En segundo lugar, hay una comparación en el segundo verso de la tercera estrofa que parte de otro posicionamiento enunciativo. El comparante “demonios del mal” es una huella discursiva que remite a la tradición católica y, en este contexto, a la cultura española. Esto encierra una contradicción, porque la voz emisora va conformando el mensaje desde dos posiciones distintas que de acuerdo a la canción —en el plano superficial— son excluyentes entre sí.

Si se añade que la letra está en lengua española, salta a la vista más fácilmente que la posición enunciativa indígena es un simulacro. No obstante, dicha posición se materializa frecuentemente en la cultura mexicana, en muchas ocasiones a través de realizaciones discursivas como las siguientes: “cuando nos conquistaron los españoles” o “antes de que nos conquistaran los españoles”.

Consecuentemente, es la transcripción de una circunstancia sociohistórica, en que uno de sus rasgos es el sincretismo cultural. Desde este punto de vista, no es de sorprender que se produzca una oscilación entre las posturas enunciativas por parte del emisor.

Otro fenómeno textual que hay que tener en cuenta en este punto, es el pronombre “nosotros”. Este término indica, entre otras ideas, colectividad y/o pertenencia a un grupo, a una comunidad. A lo largo de la canción aparece reiteradamente, aunque con funciones distintas. Como se demostró, en la estrofa inicial, la voz enunciadora establece una cierta distancia histórica con respecto a los indios: habla de “mis hermanos emplumados” como de seres pertenecientes al pasado. Pero en la segunda estrofa se produce una fusión entre el emisor y el “nosotros” (“y les abrimos la puerta / por temor a lo ignorado”), modelo que se repetirá insistentemente. Los efectos de sentido son claros: el pasado y el presente vienen a superponerse como si se tratara de un tiempo único e indiferenciado. A nivel ideológico, ahí encuentra su justificación la asimilación del mundo prehispánico con la mexicanidad. Evidentemente se trata de una fusión artificiosa, pero ha articulado durante muchas décadas una concepción sobre la mexicanidad, y su eficacia consistió en rebasar los espacios académicos para extenderse al ámbito general de la cultura.

En síntesis, la historia de México así concebida emerge como una continuidad después de la Conquista. Se hace presente nuevamente el mito como la base modelizante de la interpretación. La sexta estrofa del texto que se estudia es representativa de esta argumentación: “Y en ese error entregamos / la grandeza del pasado / y en ese error nos quedamos / trescientos años de esclavos”. Se trata, pues, de esta línea en el tiempo sin nada que la altere: una línea que tiene que ver con lo étnico y con la derrota. Hay preguntas obligadas: ¿la etapa de la Colonia no tuvo repercusiones étnicas y culturales? ¿y los procesos de mestizaje? En tal visión de la historia simplemente son excluidos en el plano de superficie, como veremos enseguida.

La décima estrofa incluye otra contradicción que afecta al texto en su totalidad. Ahí, el pronombre “nosotros” hace referencia a otra colectividad: “Pero si llega cansado / un indio de andar la sierra, / lo humillamos y lo vemos / como extraño por su tierra”. Se ha interrumpido la correspondencia “nosotros-indios”, con lo que el indio ha pasado a ser el otro. Si se observa con cierto detenimiento, continúa activo el opósito mismidad/otredad, pero han cambiado los límites nocionales de los términos. De esta manera, el “nosotros” se refiere alternativamente a los indios y a los mestizos, en tanto que el “otro” se asocia, alternativamente también, a españoles y a indios. Esto reafirma que la identidad cultural se presenta problematizada. El sujeto se percibe de manera alternada en dos puntos de anclaje que son, por decirlo de algún modo, “mismidades” diferentes. Al igual que en el caso de los registros discursivos que reproducen la equivalencia mexicano = indio, la oscilación enunciativa se plasma en la vida cotidiana con la utilización de expresiones donde se reivindica el pasado prehispánico (“los españoles nos quitaron todo”) y de otras en que se denigra lo indígena (“indiorante” o “qué indio eres”, para indicar torpeza, falta de conocimiento y/o de habilidad). La figura 1 muestra sintéticamente este fenómeno:

Figura: 1. Articulación nocional

La voz enunciadora transita por la anterior articulación nocional vinculándose a los términos constitutivos desde distintos niveles de conciencia. El acercamiento que se genera con respecto al término “yo-nosotros-indios” parte de una base consciente desde el momento en que la voz se reconoce voluntariamente en esta fusión, que es el sostén sobre el que opera el sistema nocional analizado. Aquí no se puede dejar de comentar que el ensamblaje “yo-nosotros-indios” antecede a la canción de Palomares, y que es por este motivo que al convocarlo se evoca forzosamente la concepción de lo que convencionalmente le es opuesto.

Es explicable que el término “otros-españoles” sea el único de la articulación con el que la voz enunciadora mantiene, desde una perspectiva que parte del consciente, una relación de oposición permanente; y es necesariamente en este factor que se origina un esquema sobre el enemigo exterior que en ciertos sectores sociales —por ejemplo, en grupos con una declarada posición de izquierda— resultó muy eficaz para la asunción de visibilidades de corte ideológico (sobre esto volveremos un poco más adelante).

En la figura 1, las flechas de bloque indican precisamente el nexo voluntario de la voz con dos de los componentes. La flecha bidireccional señala, además, la correspondencia absoluta que la sistemática textual instaura entre las entidades por ella implicadas.

Por otra parte, la representación de la articulación nocional ayuda a evidenciar lo artificioso de la superposición pasado-presente, pues de modo no-consciente (a la manera en que lo entiende Goldmann (1966), se restablece la distancia histórica correspondiente y se actualiza la noción de ruptura. Las flechas sencillas indican la naturaleza no-consciente de las últimas conexiones. La vinculación de la voz enunciadora con segmentos del sistema nocional establecido se basa, como se dijo, en niveles de conciencia diferentes, lo que tiende a producir contradicciones que informan sobre las circunstancias enunciativas del mensaje.

Es normal que, en esta clase de situaciones sobre todo, el emisor no domine la totalidad de los elementos de socialidad inscritos en el mensaje, de ahí la variación o la alternancia de las posiciones enunciativas que, generalmente, introducen zonas de tensión en las realizaciones discursivas y, más ampliamente, semiósicas.

Nos hallamos ante una situación sumamente interesante: la canción transcribe una posición ideológica sobre la mexicanidad que en el transcurso de las últimas dos terceras partes del siglo XX particularmente se fue sedimentando con una fuerza irresistible en el sistema de conocimientos constitutivos de la cultura, por esto mismo la pieza de Palomares contribuyó —y contribuye aún en la actualidad— a reforzar dicha posición al plasmarse como mensaje y ser recibida por destinatarios concretos. Esta función de reforzamiento ha sido tanto más eficaz debido a las características de este tipo textual, a saber: su brevedad, su capacidad infinita de reproducción y su receptor, que de acuerdo a las modalidades de reproducción, frecuentemente es colectivo (por ejemplo, cuando se transmite a través de emisiones radiofónicas o en conciertos). Estos factores hacen posible la difusión hasta cierto punto sencilla de una visibilidad social.

Uno de los rasgos de la historia de México que el oficialismo se ha encargado de articular y de propagar, es el soporte mítico en que se apoyan muchos de sus segmentos. Lo interesante es que esa versión es tomada como obvia en algunos sectores sociales (por ejemplo, el sector educativo se hace eco constantemente de ella) y se concreta, consecuentemente, como una estructura ideológica, refractaria a otra clase de interpretaciones. He aquí el punto nodal de la canción.

En la lectura que hacemos, el ser social mexicano surge, al igual que en otras prácticas culturales, como una entidad en que se fusionan desordenadamente la mismidad y la otredad, así como también la continuidad y la discontinuidad.

De esta forma, se ha ido construyendo un modelo en el que el papel del enemigo exterior puede ser cualquier cultura que desde esta percepción ideológica y esquemática esté en conflicto con el “nosotros”. El percepto es inmediatamente investido por rasgos semánticos negativos que justifican una aversión extrema hacia él. Por la circunstancia y el contexto, podemos suponer que Estados Unidos ha sustituido a España en ese rol: “Hoy en pleno siglo XX / nos siguen llegando rubios / y les abrimos la casa / y los llamamos amigos”. A esto contribuye la metonimia utilizada, “rubios”, en que se reitera la concepción estereotipada que considera este atributo físico como el mejor y el más claro distintivo de los norteamericanos.

Es sabido, en los años setenta del siglo XX el estereotipo tenía mucha fuerza, (en pleno siglo XXI se escucha con frecuencia que muchos de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos que no se han adaptado a la cultura de su país de adopción, usan el término “güero” para referirse a los estadounidenses), desde el enfoque de una postura política de izquierda, el enemigo de México (y de América Latina en general) lo constituía el vecino del norte.

La canción es, en este caso, el campo donde viene a materializarse la fusión mencionada y, como todo tipo textual, impone al material significante coerciones a través de reglas enuncivas.

Lo anterior no deja de tener consecuencias en la articulación y en la manifestación nocional de la obra que ocupa este artículo: indudablemente por la brevedad de este tipo textual, es que la problemática de la identidad se expresa de un modo tan compacto.

Ahora bien, la explicación sobre el atraso de México y su relación de dependencia con el exterior no es coherente desde el momento en que se excluye el factor económico como el soporte interpretativo. Al hacer esto, el texto no sólo renuncia a una visibilidad objetiva, sino a una posición enunciativa al margen del oficialismo.

En la historia de México (en la historia difundida institucionalmente) se encuentran porciones de contenido sustentadas en el mito, y es en este aspecto que la canción presenta una articulación nocional similar a la de aquella.

En La maldición de Malinche se insertan huellas discursivas procedentes de varios campos, como son el histórico, el sociológico y el económico. De acuerdo con lo dicho, el mito funciona como una base interpretativa de la materia significante proveniente de los otros campos o, dicho más precisamente, el discurso mítico asume el papel regente con respecto a los restantes, que se ven forzados a gravitar en torno a él y a circunscribirse a sus condiciones enunciativas.

CONCLUSIONES

Este tipo de texto se inscribe en la canción de protesta latinoamericana que tanta popularidad alcanzó en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX, conocida por su posición contestataria. Cabría preguntarse, después de lo visto, hasta dónde es posible hablar de una posición contestataria en el texto de Palomares. Obviamente la interpretación mítica reproduce concepciones oficialistas sobre el problema de la identidad nacional, que vincula la mexicanidad con el pasado prehispánico de una manera por demás simplista. Y no obstante esta intención, se abre el espacio para el elemento negado: el mestizaje, en lo que constituye una puesta en texto de una circunstancia cultural caracterizada por el sincretismo.

En la mayoría de las ocasiones es difícil captar en un primer momento la cantidad de información cultural contenida en textos tan breves. Pero un análisis puede revelar su real importancia en la manifestación de fenómenos sociales. La maldición de Malinche es una realización más que puede ayudar a comprender la problemática de la identidad nacional de México.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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